Desde la Ciudadela de Jaca queremos trasladar nuestras condolencias por el fallecimiento de Carlos Royo-Villanova, una figura clave para el Museo de Miniaturas Militares. Además de economista, escritor y apasionado de la historia, Royo-Villanova era coleccionista de figuras de plomo. Esta colección fue el origen del actual Museo de Miniaturas Militares, que hoy supone uno de los referentes culturales de nuestra ciudad.
Con paciencia e ilusión, desde los años 60 Royo-Villanova fue formando ejércitos de todo el mundo y de todas las épocas, hasta reunir más de 35.000 piezas más sus correspondientes accesorios. En 1984, el Ayuntamiento de Jaca adquirió la totalidad de esta colección y la expuso en el Fuerte de Rapitán.
En 2001 se firmó un acuerdo entre el Ayuntamiento de Jaca (propietario de la colección) y el Ejército (propietario de las instalaciones), mediante el cual las figuras se trasladaron al Castillo de San Pedro. Al año siguiente, el Ministerio de Defensa concedió autorización al Patronato del Castillo para utilizar una de las estancias de la fortificación, de casi 700 metros cuadrados, y acondicionarla como museo.
En agosto de 2003 se iniciaron los trabajos de creación del nuevo museo, con un moderno proyecto museográfico y museístico. Igualmente se inició el proceso de restauración, inventariado y limpieza de todas las figuras, así como a la creación de todos los escenarios o dioramas. Dirigidos por un equipo técnico profesional, un grupo de voluntarias de Jaca colaboró eficazmente en las tareas de restauración de las figuras. Se completó el proyecto con el diseño y ejecución de los medios técnicos y servicios complementarios.
Desde entonces, los fondos del museo se han ido ampliando. Algunas de las incorporaciones más destacadas son los dioramas de Waterloo y, el año pasado, el de la Guardia Civil. En la actualidad, es uno de los espacios museísticos más visitados de Aragón y uno de los atractivos culturales más importantes de Jaca.
Diego Fernández, director del Museo de Miniaturas Militares hasta 2020, recuerda con mucho cariño a Royo-Villanova, con quien mantuvo una gran amistad. Según Fernández, era «un hombre entrañable, modesto y generoso» y no duda en definirle como «alma mater» del museo.